jueves, 13 de noviembre de 2008

Howard, la bestia

Siento la falta de originalidad en el título del post, pero pocos adjetivos se adecuan mejor a la naturaleza genética de Howard. La NBA tiene estas cosas. Engloba en la Liga a lo más delicado y a lo más contundente, al fino tirador y al especialista defensivo. Desde Bruce Bowen a Baron Davis.

Howard es un armario empotrado que domina las zonas como mi madre la cocina. 211 centímetros de ébano pulidos en un cuerpo desproporcionado de cabeza pequeña y torso gigantesco. Pero no hay que engañarse. Muchos jugadores cargados con un físico monumental han caído en desgracia gracias a muchos especialistas que no pueden ver calidad más allá del músculo, de la fibra armada que dejó patente en el pasado All-Star, cuando se disfrazó de Superman y reventó el aro, una de sus aficiones. Ayer cogió a la franquicia de Kevin Durant y la dejó tiritando: 30 puntos, 19 rebotes, 10 tapones, 3 asistencias. Un paso más en su camino hacia la historia de la NBA. Y tiene 23 años, repito, 23.

Poco más de puede añadir. Da igual que tenga unos porcentajes horribles desde la línea de tiros libres. En una noche en la que Chris Paul, Wade, Bosh y Pierce (vaya cuatro) se fueron a más de 30 puntos, Howard encendió a los Thunder (o sea, a los Sonics) con una actuación memorable. De él en gran parte dependerá el éxito de Orlando, aunque también se espera un paso adelante de Turkoglu y Rashard Lewis. Seamos justos con la bestia, no se vaya a enfadar…

Hall of Fame:

- Esa máquina de noticias llamada Lebron James en Halloween y con la novia de Hamilton.
- El pique entre Garnett y Calderón
- Dios bendiga el baloncesto: el final del Portland-Houston
- Las 10 mejores jugadas de la semana

lunes, 10 de noviembre de 2008

"El regalo de una leyenda", por Andrés Armero

Sus apenas 94.000 habitantes que se reparten entre 4 míseros códigos postales nos dan una ligera idea del lugar sobre el cual ponemos hoy nuestra lupa. No es ni por asomo una de las ciudades más fastuosas e impactantes que vas a conocer a lo largo de tu vida. Es más, no se jacta de tener grandes edificios, ni modernas instalaciones, ni impresionantes avenidas, ni un mar que le dé abrigo o la camufle. No alberga museos, teatros o cines de gran postín y entre los que pasean por sus calles bajo un cielo enfadado, eternamente amenazador, posiblemente jamás llegues a reconocer a algún premio Nobel o a alguna medalla Fields. Visítala durante unas horas y volverás a tu casa indiferente. Hazlo unos días y a buen seguro te sentirás reconfortado. Pero ten la fortuna de permanecer en ella un tiempo de tu vida y te garantizo que la llevarás grabada a fuego en tu piel, para siempre. Todavía cuando estoy lejos y escucho su nombre se eriza mi vello, cuando la menciono su lluvia acude puntualmente a la llamada de mis ojos, y cuando de verdad la siento, los relojes se esconden, y sólo soy capaz de ver una cosa, su corazón, el enorme corazón de mi ciudad: Lugo.

El baloncesto tiene la obligación moral de apearse al otear su vetusta estación de tren. Pues desde la modestia más absoluta, una afición entendida como pocas, le ha rendido tributo con fidelidad y fervor. Tras muchos años de simbiosis, el baloncesto y Lugo firmaron un pacto hace 42 años. Hoy recordaremos como la ciudad le regaló a todo un país, la posibilidad de acariciar a una leyenda.

La muralla romana, santo y seña de la ciudad, se abre al mundo a través de diez puertas plagadas de historia y sabiduría popular. Un día me planteé la siguiente cuestión: si tuviese que escoger una decena de guerreros que salvaguardasen los accesos a las entrañas de mi ciudad, ¿a quiénes se lo encomendaría?

Y entonces comencé a recitar: Claude Riley, Manel Sánchez, Tito Díaz, Jimmy Wright, Ken Orange, George Singleton, Devin Davis, Tanoka Beard, Pete Mickael y Charlie Bell; acudieron con rapidez a mi memoria.

Pero luego continué reflexionando, ¿por qué no Kenny Green, Anthony Booner, Nicola Lonchar, Juanmi Alonso, José Manuel Cabezudo, Greg Foster, Carlos Gil, Oscar Peña, Tharon Mayes o Mike Giomi…?.

Estoy convencido que existirían tantas decenas de dignos gladiadores como decenas de personas viven en esta histórica colonia del basket nacional. Cualquier debate que se suscitase en torno a ello, sería lógico y necesario.

Pero, demos un paso más… ¿y si un lucense tuviese que confiar la supervivencia de su pueblo, de su raza y de su historia a una sola persona?

Entonces los debates se cerrarían, los micrófonos se bajarían y todos los ciudadanos, desde los más niños hasta los más veteranos, moverían sus dedos en una misma dirección, hacia una misma referencia: Velimir Perasovic.



Nombrar Split es mentar un templo sagrado donde se rinde pleitesía a un baloncesto sin aditivos. Acercarte a Split es hacerlo a las raíces, a la esencia, a los fundamentos, de este sagrado deporte. Los oídos de esta ciudad sólo están educados para escuchar sinfonías celestiales y sus intérpretes expandieron por todo el mundo una filosofía de vida: el baloncesto en estado puro.

Lugo tuvo la impagable fortuna de recibir a uno de sus principales embajadores. Peras representaba la elegancia del deporte fuera y dentro de la cancha. Él pertenece a esa raza en peligro constante de extinción, la cual todavía cobra aliento merced a partos espontáneos de los benditos Balcanes. No era ni el más alto ni el más fuerte, ni el más veloz ni el que más salto tenía, pero Peras dignificó este deporte, demostrando que aún así se podía ser el mejor. Estaba tocado por esa varita mágica de la extinta Yugoslavia, la cual repartió 3 batutas en unos años: una le fue asignada a Toni Kukoc, otra le fue ofrecida a Dejan Bodiroga, pero había una tercera reservada para ti, Velimir.

Hacía mejores a sus compañeros, leía los partidos como sólo un puñado de privilegiados los leen. Su capacidad de concentración le hacía parecer una máquina tomando las decisiones adecuadas en los momentos oportunos; su belleza y plasticidad sobre la cancha le hacían parecer un músico solfeando sobre el parqué. Su mecánica de tiro prevalecerá incluso más allá del propio baloncesto, su fiabilidad y seguridad hacían que los suyos nunca perdiesen la el norte, aunque sus propias vidas pendiesen inmisericórdemente de un hilo.

Representa la autoexigencia, el espíritu de sacrificio llevado a la máxima expresión. Tras cada entrenamiento lanzaba a canasta desde todos los rincones del pabellón, desde todos los ángulos. Un empleado del club tenía la gracia de presenciar en primera fila una obra de teatro por los que muchos niños hubiésemos dado toda nuestra infancia. No cesaba hasta llegar a unos porcentajes de tiro a los que el 99,8% de los profesionales actuales no aspiraría ni lanzando desde el tiro libre a una canasta de minibasket. Todos sus entrenadores lo definen como el mejor profesional jamás visto en una cancha. Él demostró la ecuación trabajo + trabajo = resultados; luchando con pequeños y poderosos, con humildad y sobriedad, pero siempre con una determinación digna de los mejores cirujanos de la antigua Grecia.

En un mundo donde los deportistas se escudan tras la armadura de “la brevedad de sus vidas deportivas”, él siempre se movió por sentimientos, siempre actuó de corazón. Por ello no debería ser juzgado por su palmarés porque él no es uno más ni es uno cualquiera; sino desde el espectro de las sensaciones. Su figura, una extraordinaria mezcla de razón y corazón, deslumbró a Europa y un buen día decidió entrar por una puerta de mi muralla.